La villa romana de Arévalo, en un primer contacto y a juzgar por lo dispersos que están los restos, se nos muestra como de las del tipo de dependencias diseminadas. En un espacio de terreno bastante grande entre los términos Arévalo y Martín Muñoz de la Dehesa, se esparcen fincas en las que afloran, gracias a la labor anual del arado, restos de materiales, piedras, ladrillos y tejas que sin duda formaban parte constructiva de las distintas dependencias, silos, establos, graneros, etc. que pudieran conformar la villa.
La zona indicada se ubica entre dos arroyos, que en su momento y seguramente, dispondrían de suficiente caudal, atendiendo de esta forma a las indicaciones de los agrónomos romanos de la época, que marcaban en sus obras los factores a tener en cuenta a la hora de elegir un emplazamiento idóneo.